Porque a nadie le viene mal recordar aquellos años de su vida en los que no importaba la opinión de los demás, en los que todos estábamos siempre con una sonrisa en la cara, no teníamos las hormonas saliéndonos por las orejas y nuestra máxima preocupación era intentar salvar nuestra vida yendo de baldosa en baldosa evitando el contacto con las líneas que estas formaban mientas paseábamos por la calle.
Cuando éramos niños, me acuerdo que hacíamos grupos de tres en el descanso para ir a atacar y tirar del pelo a las niñas, ahora hay gente que no puede vivir sin ellas, que son su única fuente de felicidad. Y creo que están buscando la felicidad en el sitio equivocado. Lo mismo pasa con el alcohol, la droga, el sexo... Habrá que tomar ejemplo de los niños, pues la permanente sonrisa que llevan es síntoma de que ellos sí han encontrado bien la felicidad.
Porque cada vez que toca cuidar a las pequeñas de la casa, les pongo la televisión y puedo prometer que disfruto yo más de Mulán o Peter Pan que ellas, pues me hacen recordar esos tiempos tan bonitos de la niñez. Y esto no sólo me alegra la tarde, también me enseña muchas cosas. Pienso que no deberíamos dejar nunca de ser niños, o por lo menos de actuar como ellos, pues aunque nos salga barba y nos cambie la voz tendríamos que seguir pareciéndonos mucho a ellos. No estoy diciendo que los viernes en vez de salir de fiesta quedemos en una casa para jugar al corro de la patata, pero sí cosas como por ejemplo: ser de verdad, ser nosotros mismos y no lo que quieren los demás que seamos.
Rafael I.
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